16 sept 2017

Santo Evangelio 16 de septiembre 2017



Día litúrgico: Sábado XXIII del tiempo ordinario

Santoral 16 de Septiembre: Santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires

Texto del Evangelio (Lc 6,43-49): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca.

»¿Por qué me llamáis: ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo que digo? Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa».


«Cada árbol se conoce por su fruto»
P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP 
(San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)


Hoy, el Señor nos sorprende haciendo “publicidad” de sí mismo. No es mi intención “escandalizar” a nadie con esta afirmación. Es nuestra publicidad terrenal lo que empequeñece a las cosas grandes y sobrenaturales. Es el prometer, por ejemplo, que dentro de unas semanas una persona gruesa pueda perder por lo menos cinco o seis kilos usando un determinado “producto-trampa” (u otras promesas milagrosas por el estilo) lo que nos hace mirar a la publicidad con ojos de sospecha. Mas, cuando uno tiene un “producto” garantizado al cien por cien, y —como el Señor— no vende nada a cambio de dinero sino solamente nos pide que le creamos tomándole como guía y modelo de un preciso estilo de vida, entonces esa “publicidad” no nos ha de sorprender y nos parecerá la más lícita del mundo. ¿No ha sido Jesús el más grande “publicitario” al decir de sí mismo «Yo soy la Vía, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6)?

Hoy afirma que quien «venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica» es prudente, «semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca» (Lc 6,47-48), de modo que obtiene una construcción sólida y firme, capaz de afrontar los golpes del mal tiempo. Si, por el contrario, quien edifica no tiene esa prudencia, acabará por encontrarse ante un montón de piedras derruidas, y si él mismo estaba al interior en el momento del choque de la lluvia fluvial, podrá perder no solamente la casa, sino además su propia vida.

Pero no basta acercarse a Jesús, sino que es necesario escuchar con la máxima atención sus enseñanzas y, sobre todo, ponerlas en práctica, porque incluso el curioso se le acerca, y también el hereje, el estudioso de historia o de filología... Pero será solamente acercándonos, escuchando y, sobre todo, practicando la doctrina de Jesús como levantaremos el edificio de la santidad cristiana, para ejemplo de fieles peregrinos y para gloria de la Iglesia celestial.

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15 sept 2017

Santo Evangelio 15 de septiembre 2017



Día litúrgico: 15 de Septiembre: Nuestra Señora de los Dolores

Texto del Evangelio (Lc 2,33-35): En aquel tiempo, el padre de Jesús y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

«Una espada te atravesará el alma»
P. Abad Dom Josep Mª SOLER OSB Abad de Montserrat 
(Barcelona, España)


Hoy, en la fiesta de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, escuchamos unas palabras punzantes en boca del anciano Simeón: «¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). Afirmación que, en su contexto, no apunta únicamente a la pasión de Jesucristo, sino a su ministerio, que provocará una división en el pueblo de Israel, y por lo tanto un dolor interno en María. A lo largo de la vida pública de Jesús, María experimentó el sufrimiento por el hecho de ver a Jesús rechazado por las autoridades del pueblo y amenazado de muerte.

María, como todo discípulo de Jesús, ha de aprender a situar las relaciones familiares en otro contexto. También Ella, por causa del Evangelio, tiene que dejar al Hijo (cf. Mt 19,29), y ha de aprender a no valorar a Cristo según la carne, aun cuando había nacido de Ella según la carne. También Ella ha de crucificar su carne (cf. Ga 5,24) para poder ir transformándose a imagen de Jesucristo. Pero el momento fuerte del sufrimiento de María, en el que Ella vive más intensamente la cruz es el momento de la crucifixión y la muerte de Jesús.

También en el dolor, María es el modelo de perseverancia en la doctrina evangélica al participar en los sufrimientos de Cristo con paciencia (cf. Regla de san Benito, Prólogo 50). Así ha sido durante toda su vida, y, sobre todo, en el momento del Calvario. De esta manera, María se convierte en figura y modelo para todo cristiano. Por haber estado estrechamente unida a la muerte de Cristo, también está unida a su resurrección (cf. Rm 6,5). La perseverancia de María en el dolor, realizando la voluntad del Padre, le proporciona una nueva irradiación en bien de la Iglesia y de la Humanidad. María nos precede en el camino de la fe y del seguimiento de Cristo. Y el Espíritu Santo nos conduce a nosotros a participar con Ella en esta gran aventura.

Oración a San José


14 sept 2017

Santo Evangelio 14 de septiembre 2017


Día litúrgico: 14 de Septiembre: La Exaltación de la Santa Cruz

Texto del Evangelio (Jn 3,13-17): En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él».


«Para que todo el que crea en Él tenga vida eterna»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)


Hoy, el Evangelio es una profecía, es decir, una mirada en el espejo de la realidad que nos introduce en su verdad más allá de lo que nos dicen nuestros sentidos: la Cruz, la Santa Cruz de Jesucristo, es el Trono del Salvador. Por esto, Jesús afirma que «tiene que ser levantado el Hijo del hombre» (Jn 3,14).

Bien sabemos que la cruz era el suplicio más atroz y vergonzoso de su tiempo. Exaltar la Santa Cruz no dejaría de ser un cinismo si no fuera porque allí cuelga el Crucificado. La cruz, sin el Redentor, es puro cinismo; con el Hijo del Hombre es el nuevo árbol de la Sabiduría. Jesucristo, «ofreciéndose libremente a la pasión» de la Cruz ha abierto el sentido y el destino de nuestro vivir: subir con Él a la Santa Cruz para abrir los brazos y el corazón al Don de Dios, en un intercambio admirable. También aquí nos conviene escuchar la voz del Padre desde el cielo: «Éste es mi Hijo (...), en quien me he complacido» (Mc 1,11). Encontrarnos crucificados con Jesús y resucitar con Él: ¡he aquí el porqué de todo! ¡Hay esperanza, hay sentido, hay eternidad, hay vida! No estamos locos los cristianos cuando en la Vigilia Pascual, de manera solemne, es decir, en el Pregón pascual, cantamos alabanza del pecado original: «¡Oh!, feliz culpa, que nos has merecido tan gran Redentor», que con su dolor ha impreso “sentido” al dolor.

«Mirad el árbol de la cruz, donde colgó el Salvador del mundo: venid y adorémosle» (Liturgia del Viernes Santo). Si conseguimos superar el escándalo y la locura de Cristo crucificado, no hay más que adorarlo y agradecerle su Don. Y buscar decididamente la Santa Cruz en nuestra vida, para llenarnos de la certeza de que, «por Él, con Él y en Él», nuestra donación será transformada, en manos del Padre, por el Espíritu Santo, en vida eterna: «Derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados».

Fiesta de la exaltación de la Santa Cruz



Fiesta de la exaltación de la Santa Cruz

La Cruz Redentora y el dolor por amor.


Por: P. Jesús Martí Ballester | 

14 de septiembre

“Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gálatas 6,14)

Con la pregunta dubitativa: ¿Quién creyó nuestro anuncio?, comienza el Profeta Isaías el capítulo 53 de su Cuarto Cántico del Siervo de Yahvé. El mundo, con el señuelo y la novedad del progresismo, de la innovación y de la singularidad, resulta más camaleónico de lo que se cree. 

Le parece que está inventando la historia y produciendo novedades cuando sólo está renovando viejísimos errores en nombre de la nueva cultura. Y junto a la consecuencia directa de la ignorancia, incoherencia y entronización de la carencia de rigor, llega al pensamiento débil y a las ideas heréticas. 

Salvarnos sin cruz, o con cruces deleitables, es un revivir el epicureismo y el hedonismo pagano. Algunos cristianos tratan de desvirtuar la cruz, rebajando el vino del evangelio con el agua de la mediocridad, o pagando tributo al relativismo, o con la escasa formación acomodaticia de que ya hablaba San Pablo:

“Los judíos piden señales y los griegos buscan saber, nosotros predicamos un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos, en cambio para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Mesías que es portento de Dios y sabiduría de Dios: porque la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios más potente que los hombres” (1 Cor 22). 

El sufrimiento de San Pablo 

Pablo se sabe «crucificado con Cristo» (Gal 2,19) y «configurado a su muerte» (Fl 3,10). «Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús» (Gal 6,17). 

Testifica que «Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez». 

Expresará su dolor a los filipenses «Con lágrimas en los ojos» porque: «muchos viven, según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo...» (Fl 3, 18).Escribe que «Pasa dolores de parto» (Gal 4,19). «¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros» (Gal 4,19).

Pero como la mujer sufre hasta dar a luz, luego se goza por haberle dado un hijo al mundo (Jn 16,21), así el apóstol sufre lo indecible, pero el resultado final es: «ver a Cristo formado en vosotros». Se enorgullece de: «Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4,10).

Se complace en: «Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24).Porque está seguro del fruto: «Así la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida» (2 Cor 4,12). Sufre por los hombres, «continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús», para transmitirles «la vida de Jesús» (2 Cor 4,10). 

Su gloria la pone en la Cruz de Jesús: «¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!» (Gal 6,14). A la vez que: «Me glorío en mis debilidades... en las persecuciones padecidas por Cristo» (2 Cor 12,9). Desde esta perspectiva se iluminan sus expresiones paradójicas: «Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor 7,4).

En él se hace presente el misterio pascual en su integridad: fuerza en la debilidad, vida en la muerte, gozo en el sufrimiento. «Me alegro de sufrir por vosotros». Tanto las tribulaciones como el consuelo, tienen valor salvífico: «si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos» (2 Cor 1,6). 

Cuando poco antes de su muerte escriba a Timoteo, le dirá: «yo estoy a punto de ser derramado en libación» (2 Tim 4,6). Dios mismo había reconciliado al mundo consigo por medio de su Hijo, al cual había constituido víctima por los pecados de los hombres (2 Cor 5); si a él se le ha confiado el ministerio de la reconciliación, sólo puede colaborar eficazmente en la reconciliación de los hombres con Dios, con la ofrenda de la propia vida. Y después de tanta cruz, Pablo el valeroso doliente, exclama por propia experiencia:

“No son equivalentes los sufrimientos de este mundo con la gloria que nos espera”, los viejos errores.

Tanto Lutero como Calvino negaron la necesidad de cooperar a la gracia, enseñando que sólo la fe justifica y nos aplica los méritos de Cristo. “Sola fides; sola gratia; sola Scriptura”. Desde que Pablo VI entrara en la última sesión del Vaticano II con un cilicio en sus carnes y dijera a mi Arzobispo entre sollozos: “Tuta Chiesa e inficionata”.

¡Cuántos avances han conseguido estos gravísimos errores, cuántos virus Blaster y Sobig, F y otros innumerables, han extendido la epidemia difusa y larvada que nos invade en publicaciones, en predicaciones, en teologías laxas y erróneas, más perniciosa que los virus informáticos que han invadido millones de ordenadores, e inficionado la mentalidad de los nuevos cristianos sin base, desviados por lecturas ligeras de textos de cuarta división, que contradicen a la Sagrada Escritura y al Magisterio que es el único que tiene el carisma y la misión ministerial de interpretar la Biblia! 

Es preferible, decía el famoso teólogo Rahner, ser granos de trigo dentro de la Iglesia, que árboles frondosos fuera. Y ¡cuántos son los que pretenden suplantar esta interpretación por el “libre examen personal”!. 

¿Qué sentido tiene proclamarse teólogos católicos, si se apartan de la fe de la Iglesia y de su Magisterio? ¿Pretenden que les sigamos a ellos y nos apartemos de la Cabeza, a quien Cristo confió el ministerio de confirmar en la fe a sus hermanos? "La fe sin obras es muerta" (Sant 2,20). 

"No son justos los que oyen la ley, sino aquellos que la cumplen" (Rom 2,13). Y el mismo Cristo declara que en el juicio final serán sentados a la derecha los que hayan practicado las obras de misericordia (Mt 25,34). Y "Si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos" (Mt 19,17). 

San Agustín dice: "El que te creó sin ti, no te salvará sin ti". Para esta supuesta cultura, la teología de la cruz es una locura o una necedad, como decía el Apóstol, y no duda en preguntar Isaías: ¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor?. Para los tales la fiesta de la Exaltación de la Cruz, se ha convertido en devaluación de la Cruz de Cristo.

El misterio de la cruz no puede ser entendido por el mundo 

El enigma misterioso de la cruz sólo Dios lo entiende. Y los Santos, en la medida que él les concede. San Juan María Vianney se escapaba de su parroquia de Ars porque no se veía capaz. 

No le era más fácil la vida en Ars, pues en ningún monasterio por estricto que fuera, habría vivido una vida tan dura como la que él mismo se impuso en Ars. Desde las dos de la mañana en el confesionario, lo que le dolían eran los pecados que escuchaba y perdonaba, pues él no buscaba en su parroquia vivir una tranquila vida; en cualquier monasterio habría comido tres veces al día, por lo menos, y no las patatas mohosas que el mismo se cocía para toda la semana, ni los sacrificios asombrosos que se imponía para convertir a los pecadores.

¿Cuáles eran los motivos de los llantos en la misa de San Pío de Pietrelcina? Los pecados. Por cierto, a Jesús lo crucificaron los Romanos instigados por las autoridades religiosas de los judíos. Pero, se me ocurre preguntar: ¿Quién crucificó a Francisco de Asís? ¿Quién transverberó a Santa Teresa? 

Más cerca de nosotros: ¿Quién estigmatizó a San Pío de Pietrelcina? El pecado es una tremenda realidad, un misterio de iniquidad, dice San Pablo. “Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre ni tenía aspecto humano; así asombrará a muchos pueblos; ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio?”.

¿Quién es el que ve la distancia del pensamiento del hombre del pensamiento de Dios?. “Mi siervo tendrá éxito”. A un compañero párroco que se lamentaba al Cura de Ars de lo fría que estaba su feligresía, respondía San Juan María Vianney:

-¿Habéis orado, habéis ayunado? ¿Os habéis disciplinado?

Una vecina suya oía todas las noches los golpes de su penitencia y, asombrada y compadecida, decía: 

-¡Cuándo pararás! ¡¡Cuándo pararás!!

Pero él, que se había encontrado una comunidad parroquial descristianizada, a los quince años de su pastoreo, decía: “Ars ya no es Ars…El cementerio de Ars es un relicario”… Con mis propios ojos he visto las gotas de sangre de San Francisco de Borja, Duque de Gandía y Virrey de Cataluña, el hombre de mayor confianza del emperador Carlos V, conservadas en los azulejos del oratorio del palacio ducal.

Es verdad que lo más importante es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Pero no hay amor más grande que morir por los amigos, dijo Jesús.

¿Cómo redimir al hombre del pecado? 

No puede la teología dejar de enseñar, tanto los antiguos como los modernos y aún los actualísimos, uno de los mayores y Padre del Concilio Vaticano II, Hans Urs Von Balthasar, creado Cardenal por Juan Pablo II, las distintas opciones de Dios ante el pecado: dejar al género humano sufriendo sus consecuencias; perdonarlo sin reparación adecuada, como lo destaca Guardini, o exigir una satisfacción condigna, es decir, proporcional entre lo que se debe y lo que se paga. 

Dicho de otro modo: El pecado es una ofensa infinita, por el término ad quem, que es Dios infinito. O Dios no es misericordioso y abandona al hombre, lo cual es imposible; o perdona al hombre sin exigirle reparación justa. 

Elige y determina la satisfacción condigna, la más digna según su justicia, sabiduría y misericordia. Esta satisfacción exige pagar la deuda de la ofensa infinita, pero, como el hombre no es capaz de pagar de esta manera, pagará él. 

El Verbo se hará hombre para poder morir y reparará la ofensa y las demás consecuencias del pecado, con satisfacción vicaria. Esto se llama Redención, misterio inescrutable, que consiste en la unión de la naturaleza humana con la divina en la persona del Verbo de Dios. 

Dios formó una concreta naturaleza humana en las entrañas de la Virgen María y la hizo subsistir en la persona divina del Verbo. Por esta unión hipostática de la persona divina del Verbo con la naturaleza humana, Cristo, que es verdadero Dios, es también verdadero hombre. 

El hombre pecó por soberbia: "Seréis como dioses”, y Dios se hará hombre por obediencia, para hacer al hombre Dios. Al encarnarse Dios, se manifiesta su bondad infinita; su misericordia; su justicia; su sabiduría, para unir la misericordia con la justicia; su poder infinito, porque es imposible realizar gesta mayor que la encarnación del Verbo, al juntar en ella lo finito con lo infinito. 

Santo Tomás de Villanueva pone en los labios de Dios estas palabras: "Muchos medios he intentado y buscado para que los hombres dejen la vanidad y me sigan, y ninguno sirve de nada; uno sólo resta para convencerlos, que es darles a entender cómo infinitamente los amo, haciéndome hombre". 

El dolor mayor 

Y manifestándoles cuánto les amo con la prueba de lo mucho que sufro, pues sufro infinitamente más que ningún hombre ha sufrido pues "Mirad y ved si hay dolor como mi dolor" (Is 1, 12). Santo Tomás, comentando este texto de Isaías explica por qué el dolor físico y moral de Cristo ha sido el mayor de todos los dolores.

Por las causas de los dolores: el dolor corporal fue acerbísimo, tanto por la generalidad de sus sufrimientos, como por la muerte en la cruz. El dolor interno fue intensísimo, pues lo causaban todos los pecados de los hombres, el abandono de sus discípulos, la ruina de los que causaban su muerte y, por último, la pérdida de la vida corporal, que naturalmente es horrible para la vida humana natural. 

Por la sensibilidad del paciente: el cuerpo de Cristo era perfecto, muy sensible, como conviene al cuerpo formado por obra del Espíritu Santo para padecer. De ahí que, al tener finísimo sentido del tacto, era mayor el dolor. Lo mismo puede decirse de su alma: al ser perfecta comprendía efícacísimamente todas las causas de la tristeza. 

Por la pureza misma del dolor: porque otros que sufren pueden mitigar la tristeza interior y también el dolor exterior con alguna consideración de la mente, Cristo en cambio no quiso hacerlo. Porque el dolor asumido era voluntario. 

Así, por desear liberar de todos los pecados, quiso sufrir el dolor en proporción al fruto. Y de ahí se sigue que el dolor de Cristo ha sido el mayor de cuantos dolores ha habido (Suma III; q 46, a 6). "¿Quién no amará al que nos amó de tal manera?. "Nos lavó de nuestros pecados con su sangre" (Ap ,5). 

Satisfacción voluntaria, completa y condigna 

Pagó la pena debida por los pecados. "Llevó la pena de todos nuestros pecados sobre su cuerpo en el madero de la Cruz" (1 Pe 2,24). Aunque Cristo satisfizo por nuestros pecados en todos los actos de su vida, quiso que sus satisfacciones y sus méritos sólo produjesen sus efectos después de su pasión, refiriéndolo todo a su muerte.

Por eso la Sagrada Escritura atribuye todas las satisfacciones y méritos de Cristo al sacrificio de la Cruz. La satisfacción de Cristo fue voluntaria: "Fue ofrecido porque él mismo quiso", (Is 53,7); "Nadie me arranca la vida, sino que la doy por propia voluntad" (Jn 10,18). 

Fue completa porque es suficiente para reconciliarnos con Dios y borrar nuestros pecados: "La sangre de Cristo nos purifica de todo pecado" (1 Jn 1,7); condigna y superabundante porque hay proporción entre lo que se debe y lo que se restituye. 

El acreedor que perdona una parte de la deuda al deudor, recibe satisfacción deficiente y no condigna. La satisfacción de Cristo fue condigna, porque guardó proporción con la ofensa. Como la ofensa causada a Dios con el pecado es “quodammodo infinita”, la satisfacción de Cristo fue de valor infinito. 

Me explico: La magnitud de una ofensa se mide por la dignidad de la persona ofendida. Es mucho más grave la ofensa a un Jefe de Estado, que a un soldado raso. Siendo Dios de majestad infinita, la ofensa hecha a Él con el pecado, es en este sentido infinita. La satisfacción de Cristo fue superabundante; pagó más de lo que debíamos. "Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom 5,20). 

Cualquier acto del Hijo de Dios era infinito, porque procedía de la persona infinita del Verbo. Su satisfacción es superabundante y "su redención copiosa " (Sal 20, 7). No sólo nos perdonó el pecado y la pena debida, sino que nos mereció la gracia y el derecho al cielo. 

La satisfacción de Cristo y sus méritos son una verdadera restauración del hombre, pues le devuelven los dones de orden sobrenatural arrebatados por el pecado. "Si por el pecado de uno sólo murieron todos los hombres, mucho más copiosamente la gracia de Dios se derramó sobre todos" (Rom 5,10).

"Tenemos la firme esperanza de entrar en el santuario del cielo por la sangre de Cristo" (Heb10,19). "Nos bendijo con toda suerte de bienes espirituales en Jesucristo" (Ef 1,3). "El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó, ¿cómo será posible que no nos dé con El todos los bienes?" (Rom 8, 32). 

Dice Santo Tomás: "La cabeza y los miembros pertenecen a la misma persona; siendo, pues, Cristo nuestra cabeza, sus méritos no nos son extraños, sino que llegan hasta nosotros en virtud de la unidad del cuerpo místico" (Sent 3, c18, a 3). "Como todos mueren en Adán, todos en Cristo han de recobrar la vida" (1 Cor 15,22). 

Al Padre Luis de Sant Angelo en Segovia, escribe San Juan de la Cruz: “Si en algún tiempo, hermano mío, le persuadiere alguno, sea o no prelado, doctrina de libertad y más alivio, no la crea ni abrace, aunque se la confirme con milagros, sino penitencia y más penitencia y desasimiento de todas las cosas; y jamás, si quiere llegar a la posesión de Cristo, le busque sin la cruz. 

Pues Jesús realizó la gesta más grande para redimirnos cuando estaba en la cruz desnudo de lo sensitivo, de lo afectivo y en la mayor aflicción, incluso abandonado del Padre”. ¡Qué sabe el que no ha padecido! Jesús nos pide que amemos al Padre y a los hermanos, pero no hay prueba mayor de amor que morir por los amigos. 

La cruz segúnn Juan Pablo II

“Si tiene que escoger, no dude ni un segundo. Decídase por la vida del bebé”, dice al ginecólogo, Gianna Emmanuela Bereita Molla, beatificada el 24 de abril de 1994, ante la presencia de su esposo y su hija de treinta y dos años, Gianna Emmanuela, nacida a costa de la vida de su madre. Juan Pablo resbaló en su cuarto de baño.

Tras permanecer en el apartamento durante la noche, al día siguiente fue trasladado a la Policlínica Gemelli donde se le implantó una cadera artificial para solucionar la fractura del fémur. Ya nunca podría caminar como antes. 

Como la familia es atacada, dice Juan Pablo II, el Papa tiene que sufrir para que el evangelio del sufrimiento guíe a todas las familias del tercer milenio. Karol Wojtyla ha escrito un poema en el que San Estanislao dice al rey de Polonia: “Mis palabras no te han convencido; mi sangre te convencerá”. Desde el punto de vista bíblico, a veces el dolor, no una represalia divina, un castigo, sino una oportunidad para reconstruir el bien en el sujeto que sufre. 

El misterio del dolor humano 

Ninguna explicación puramente descriptiva del dolor sería capaz de abordar con acierto el profundo misterio humano con el que guarda relación. Tampoco la razón nos puede decir que “el amor es la fuente más completa de la respuesta a la pregunta del sentido del dolor”.

Para ello hacía falta una demostración, que Dios ha “dado en la cruz de Jesucristo”, cuyo dolor como hombre y como único Hijo de Dios posee una "hondura e intensidad incomparables”. Después de la entrevista del Papa con Ali Agca, escribió la carta apostólica “Savifici doloris” sobre el sentido del sufrimiento. 

La humanidad ha sido redimida por el dolor de Cristo. El dolor, dice el Papa, «parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre». Contrariamente a lo que sostienen algunas ideas contemporáneas, el dolor no es accidental ni evitable. "Es uno de esos puntos donde el hombre está "destinado" a ir más allá de sí mismo.» En el mundo hay dolor porque hay mal. 

El sufrimiento mayor es la muerte, que Cristo conquistó con su «obediencia hasta la muerte», superada en la resurrección. El dolor sigue presente en el mundo, pero el cristiano que sufre, ya puede identificar su dolor con la agonía de Cristo en la cruz, y penetrar más a fondo en el misterio de la redención, que es el misterio de la liberación humana. Mediante el encuentro con esa liberación, el individuo que sufre descubre nuevas dimensiones de la vida como vocación. 

El dolor existe «para desencadenar el amor en la persona humana, ese don desinteresado del "yo" en beneficio de otras personas, sobre todo de las que sufren». «El mundo del dolor humano» hace que surja «el mundo del amor humano». La dinámica de la solidaridad en el dolor es otra confirmación de la ley del don de sí inscrita en el corazón humano. 

Fruto de la cruz


“¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. 

Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él cargó con el pecado de muchos e intercedió por los pecadores. 

Alégrate, estéril, que no dabas a luz, rompe a cantar con júbilo la que no tenías dolores; porque la abandonada tendrá más hijos que la casada. Ensancha el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, hinca bien tus estacas; porque te extenderás a izquierda y derecha. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas” (Is 53-54).

13 sept 2017

Santo Evangelio 13 de septiembre 2017



Día litúrgico: Miércoles XXIII del tiempo ordinario

Santoral 13 de Septiembre: San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia

Texto del Evangelio (Lc 6,20-26): En aquel tiempo, Jesús alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas. 

»Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas».

«Bienaventurados los pobres. (...) ¡Ay de vosotros los ricos!»
Rev. D. Joaquim MESEGUER García 
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)


Hoy, Jesús señala dónde está la verdadera felicidad. En la versión de Lucas, las bienaventuranzas vienen acompañadas por unos lamentos que se duelen por aquellos que no aceptan el mensaje de salvación, sino que se encierran en una vida autosuficiente y egoísta. Con las bienaventuranzas y los lamentos, Jesús hace una aplicación de la doctrina de los dos caminos: el camino de la vida y el camino de la muerte. No hay una tercera posibilidad neutra: quién no va hacia la vida se encamina hacia la muerte; quién no sigue la luz, vive en las tinieblas.

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6,20). Esta bienaventuranza es la base de todas las demás, pues quien es pobre será capaz de recibir el Reino de Dios como un don. Quien es pobre se dará cuenta de qué cosas ha de tener hambre y sed: no de bienes materiales, sino de la Palabra de Dios; no de poder, sino de justicia y amor. Quien es pobre podrá llorar ante el sufrimiento del mundo. Quien es pobre sabrá que toda su riqueza es Dios y que, por eso, será incomprendido y perseguido por el mundo.

«Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo» (Lc 6,24). Esta lamentación es también el fundamento de todas las que siguen, pues quien es rico y autosuficiente, quien no sabe poner sus riquezas al servicio de los demás, se encierra en su egoísmo y obra él mismo su desgracia. Que Dios nos libre del afán de riquezas, de ir detrás de las promesas del mundo y de poner nuestro corazón en los bienes materiales; que Dios no permita que nos veamos satisfechos ante las alabanzas y adulaciones humanas, ya que eso significaría haber puesto el corazón en la gloria del mundo y no en la de Jesucristo. Nos será provechoso recordar lo que nos dice san Basilio: «Quien ama al prójimo como a sí mismo no acumula cosas innecesarias que puedan ser indispensables para otros».

Dime cómo rezas y te diré cómo vives



Dime cómo rezas y te diré cómo vives

Porque nuestra vida habla de la oración y la oración habla de nuestra vida.


Por: SS Papa Francisco | Fuente: Catholic.net 


Fragmento de la Homilía del Papa Francisco en  Morelia, 16 febrero 2016. Misa con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas.

Hay un dicho entre nosotros que dice así:

Dime cómo rezas y te diré cómo vives, dime cómo vives y te diré cómo rezas, porque mostrándome cómo rezas, aprenderé a descubrir el Dios que vives y, mostrándome cómo vives, aprenderé a creer en el Dios al que rezas; porque nuestra vida habla de la oración y la oración habla de nuestra vida. A rezar se aprende, como aprendemos a caminar, a hablar, a escuchar. La escuela de la oración es la escuela de la vida y en la escuela de la vida es donde vamos haciendo la escuela de la oración.

Y Pablo a su discípulo predilecto Timoteo, cuando le enseñaba o le exhortaba a vivir la fe, le decía acuérdate de tu madre y de tu abuela. Y a los seminaristas cuando entran al seminario muchas veces me preguntaban Padre pero yo quisiera tener una oración más profunda, más mental. Mira sigue rezando como te enseñaron en tu casa y después poco a poco tu oración irá creciendo como tu vida fue creciendo. A rezar se aprende como en la vida.

Jesús quiso introducir a los suyos en el misterio de la Vida, en el misterio de su vida. Les mostró comiendo, durmiendo, curando, predicando, rezando, qué significa ser Hijo de Dios.


Los invitó a compartir su vida, su intimidad y estando con Él, los hizo tocar en su carne la vida del Padre. Los hace experimentar en su mirada, en su andar la fuerza, la novedad de decir: Padre nuestro.

En Jesús, esta expresión no tiene el gustillo de la rutina o de la repetición, al contrario, tiene sabor a vida, a experiencia, a autenticidad. Él supo vivir rezando y rezar viviendo, diciendo: Padre nuestro.

Y nos ha invitado a nosotros a lo mismo. Nuestra primera llamada es a hacer experiencia de ese amor misericordioso del Padre en nuestra vida, en nuestra historia. Su primera llamada es introducirnos en esa nueva dinámica de amor, de filiación. Nuestra primera llamada es aprender a decir «Padre nuestro», como Pablo insiste, Abba.

[...] Somos invitados a participar de su vida, somos invitados a introducirnos en su corazón, un corazón que reza y vive diciendo: Padre nuestro. ¿Y qué es la misión sino decir con nuestra vida, desde el principio hasta el final, que es la misión sino decir con nuestra vida: Padre nuestro?

A este Padre nuestro es a quien rezamos con insistencia todos los días: y que le decimos en una de esas cosas no nos dejes caer en la tentación. El mismo Jesús lo hizo. Él rezó para que sus discípulos -de ayer y de hoy- no cayéramos en la tentación.


¿Cuál puede ser una de las tentaciones que nos pueden asediar?
¿Cuál puede ser una de las tentaciones que brota no sólo de contemplar la realidad sino de caminarla?
¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad? [...]
Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación. Y frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio, la resignación. ¿Y qué le vas a hacer?, la vida es así.

Una resignación que nos paraliza y nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino;
Una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras [...] aparentes seguridades;
Una resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que nos impide alabar. Nos quita la alegría, el gozo de la alabanza.
Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar.
Por eso, Padre nuestro, no nos dejes caer en la tentación.

[...]

Papá. Padre, papá, abba. Esa es la oración, esa es la expresión a la que Jesús nos invitó.

Padre, papá, abba, no nos dejes caer en la tentación de la resignación, no nos dejes caer en la tentación de la asedia, no nos dejes caer en la tentación de la pérdida de la memoria, no nos dejes caer en la tentación de olvidarnos de nuestros mayores que nos enseñaron con su vida a decir: Padre Nuestro.


12 sept 2017

Santo Evangelio 12 de septiembre 2017



Día litúrgico: Martes XXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor. 

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.


«Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios»
Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet 
(Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)


Hoy quisiera centrar nuestra reflexión en las primeras palabras de este Evangelio: «En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios» (Lc 6,12). Introducciones como ésta pueden pasar desapercibidas en nuestra lectura cotidiana del Evangelio, pero —de hecho— son de la máxima importancia. En concreto, hoy se nos dice claramente que la elección de los doce apóstoles —decisión central para la vida futura de la Iglesia— fue precedida por toda una noche de oración de Jesús, en soledad, ante Dios, su Padre.

¿Cómo era la oración del Señor? De lo que se desprende de su vida, debía ser una plegaria llena de confianza en el Padre, de total abandono a su voluntad —«no busco hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 5,30)—, de manifiesta unión a su obra de salvación. Sólo desde esta profunda, larga y constante oración, sostenida siempre por la acción del Espíritu Santo que, ya presente en el momento de su Encarnación, había descendido sobre Jesús en su Bautismo; sólo así, decíamos, el Señor podía obtener la fuerza y la luz necesarias para continuar su misión de obediencia al Padre para cumplir su obra vicaria de salvación de los hombres. La elección subsiguiente de los Apóstoles, que, como nos recuerda san Cirilo de Alejandría, «Cristo mismo afirma haberles dado la misma misión que recibió del Padre», nos muestra cómo la Iglesia naciente fue fruto de esta oración de Jesús al Padre en el Espíritu y que, por tanto, es obra de la misma Santísima Trinidad. «Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles» (Lc 6,13). 

Ojalá que toda nuestra vida de cristianos —de discípulos de Cristo— esté siempre inmersa en la oración y continuada por ella.

Promesas de Nuestra Señora del Rosario



Promesas de Nuestra Señora del Rosario
Tomadas de los escritos del Beato Alano:

1. Quien rece constantemente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.

2. Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.

3. El Rosario es el escudo contra el infierno, destruye el vicio, libra de los pecados y abate las herejías.

4. El Rosario hace germinar las virtudes para que las almas consigan la misericordia divina. Sustituye en el corazón de los hombres el amor del mundo con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas celestiales y eternas.

5. El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.

6. El que con devoción rece mi Rosario, considerando sus sagrados misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá de muerte desgraciada, se convertirá si es pecador, perseverará en gracia si es justo y, en todo caso será admitido a la vida eterna.

7. Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos.

8. Todos los que rezan mi Rosario tendrán en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia y serán partícipes de los méritos bienaventurados.

9. Libraré bien pronto del Purgatorio a las almas devotas a mi Rosario.

10. Los hijos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria singular.

11. Todo cuanto se pida por medio del Rosario se alcanzará prontamente.

12. Socorreré en sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.

13. He solicitado a mi Hijo la gracia de que todos los cofrades y devotos tengan en vida y en muerte como hermanos a todos los bienaventurados de la corte celestial.

14. Los que rezan Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.

15. La devoción al Santo rosario es una señal manifiesta de predestinación de gloria.



11 sept 2017

Santo Evangelio 11 de septiembre 2017


Día litúrgico: Lunes XXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 6,6-11): Sucedió que entró Jesús otro sábado en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha seca. Estaban al acecho los escribas y fariseos por si curaba en sábado, para encontrar de qué acusarle. Pero Él, conociendo sus pensamientos, dijo al hombre que tenía la mano seca: «Levántate y ponte ahí en medio». Él, levantándose, se puso allí. Entonces Jesús les dijo: «Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla». Y mirando a todos ellos, le dijo: «Extiende tu mano». Él lo hizo, y quedó restablecida su mano. Ellos se ofuscaron, y deliberaban entre sí qué harían a Jesús.


«Levántate y ponte ahí en medio (...). Extiende tu mano»
P. Julio César RAMOS González SDB 
(Mendoza, Argentina)


Hoy, Jesús nos da ejemplo de libertad. Tantísimo hablamos de ella en nuestros días. Pero, a diferencia de lo que hoy se pregona y hasta se vive como “libertad”, la de Jesús, es una libertad totalmente asociada y adherida a la acción del Padre. Él mismo dirá: «Os aseguro que el Hijo del hombre no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace el Hijo» (Jn 5,19). Y el Padre sólo obra, sólo actúa por amor.

El amor no se impone, pero hace actuar, moviliza devolviendo con amplitud la vida. Aquel mandato de Jesús: «Levántate y ponte ahí en medio» (Lc 6,8) tiene la fuerza recreadora del que ama, y por la palabra obra. Más aún, el otro: «Extiende tu mano» (Lc 6,10), que termina logrando el milagro, restablece definitivamente la fuerza y la vida a lo que estaba débil y muerto. “Salvar” es arrancar de la muerte, y es la misma palabra que se traduce por “sanar”. Jesús sanando salva lo que de muerto había en ese pobre hombre enfermo, y eso es un claro signo del amor de Dios Padre para con sus criaturas. Así, en la nueva creación en donde el Hijo no hace otra cosa más que lo que ve hacer al Padre, la nueva ley que imperará será la del amor que se pone por obra, y no la de un descanso que “inactiva”, incluso, para hacer el bien al hermano necesitado.

Entonces, libertad y amor conjugados son la clave para hoy. Libertad y amor conjugados a la manera de Jesús. Aquello de «ama y haz lo que quieras» de san Agustín tiene hoy vigencia plena, para aprender a configurarse totalmente con Cristo Salvador.

Clica en la imágen para rezar los MISTERIOS GOZOSOS


10 sept 2017

Santo Evangelio 10 de septiembre 2017




Día litúrgico: Domingo XXIII (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 18,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a los discípulos: «Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano. Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. 

»Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».


«Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él»
Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL 
(Roma, Italia)



Hoy, el Evangelio propone que consideremos algunas recomendaciones de Jesús a sus discípulos de entonces y de siempre. También en la comunidad de los primeros cristianos había faltas y comportamientos contrarios a la voluntad de Dios.

El versículo final nos ofrece el marco para resolver los problemas que se presenten dentro de la Iglesia durante la historia: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Jesús está presente en todos los períodos de la vida de su Iglesia, su “Cuerpo místico” animado por la acción incesante del Espíritu Santo. Somos siempre hermanos, tanto si la comunidad es grande como si es pequeña.

«Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18,15). ¡Qué bonita y leal es la relación de fraternidad que Jesús nos enseña! Ante una falta contra mí o hacia otro, he de pedir al Señor su gracia para perdonar, para comprender y, finalmente, para tratar de corregir a mi hermano.

Hoy no es tan fácil como cuando la Iglesia era menos numerosa. Pero, si pensamos las cosas en diálogo con nuestro Padre Dios, Él nos iluminará para encontrar el tiempo, el lugar y las palabras oportunas para cumplir con nuestro deber de ayudar. Es importante purificar nuestro corazón. San Pablo nos anima a corregir al prójimo con intención recta: «Cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Gal 6,1).

El afecto profundo y la humildad nos harán buscar la suavidad. «Obrad con mano maternal, con la delicadeza infinita de nuestras madres, mientras nos curaban las heridas grandes o pequeñas de nuestros juegos y tropiezos infantiles» (San Josemaría). Así nos corrige la Madre de Jesús y Madre nuestra, con inspiraciones para amar más a Dios y a los hermanos.

La corrección mutua



LA CORRECCIÓN MUTUA

Por José María Martín OSA

La Palabra de Dios de este domingo nos propone hasta cinco temas de reflexión: la corrección fraterna, el amor al prójimo como resumen de todos los mandamientos, la facultad de perdonar los pecados, la eficacia de la oración en común y la presencia del Señor en medio de la comunidad.

1.- La corrección fraterna, un deber del cristiano. La necesidad de la corrección fraterna aparece en la primera lectura del profeta Ezequiel y en el evangelio de Mateo. Ezequiel recibe el mandato del Señor: “pon en guardia al malvado”, pues si no lo haces “a ti te pediré cuenta de su sangre” y si después de tu advertencia él no quiere cambiar de conducta, al menos “has salvado tu vida”. Por tanto, la puesta en práctica de la corrección fraterna no sólo ha de ser posible, sino también es algo necesario y obligatorio en la vida del creyente. Jesús en el Evangelio nos da unas pistas sobre la manera de realizar la corrección mutua. Primero debes hablarlo personalmente con el hermano antes de que sea demasiado tarde y se extravíe definitivamente. Pero, ¿cómo hacerlo? No lo dice Jesús, pero se deduce de su mensaje: con amor y humildad. Si vas con aire superior, creyendo que tú eres perfecto en todo y solo el otro es el que se equivoca, tu misión no tendrá éxito. Tu hermano lo tomará como una crítica negativa y no verá tu buena intención. Hay que emplear también buena dosis de prudencia, es decir saber encontrar el momento oportuno para hacer la corrección. Si conoces de verdad a tu hermano sabrás también como va a reaccionar y qué tono tienes que emplear: enérgico, suave o firme, según los casos. Ante todo, decía San Agustín, “si corriges, corrige con amor”. Jesús nos dice, además, que si no te hace caso a ti, solicita la ayuda de otro hermano para que sea más eficaz la corrección. Y que el otro vea que lo haces porque le quieres, no porque te regodees en la crítica negativa. Hay que hacerlo con mucho tiento, pues hay cosas personales que no es necesario airear por ahí. Si no os hace caso a los dos, debes reunir la comunidad para que con, el consejo y la ayuda de todos, pueda recapacitar y recuperar la senda correcta. Es más fácil evadirse, decir “no es mi problema”, “allá él”, pero esto no es cristiano.......Es difícil llevar a cabo la corrección fraterna, pues también requiere humildad por parte del que recibe la corrección. En nuestros días los niños suelen estar “hiper-protegidos” por los padres. Si alguien le dice a un padre que su hijo ha hecho una gamberrada es posible que el padre reaccione mal, retirándole el saludo o respondiendo con malas palabras. Sin embargo, los padres inteligentes, que saben educar bien a sus hijos, saben aceptar bien la crítica y ponen remedio a la mala conducta de su hijo.

2.- Regalar el perdón. No hay nadie que esté sin pecado, todos tenemos fallos y por eso lo mejor es aceptar lo que nos dice un hermano que quiere nuestro bien. A lo corrección fraterna yo la llamaría “corrección mutua”, porque todos somos perdonadores y perdonados. Atar y desatar tenía relación con lo prohibido y lo permitido. Jesús lo aplica al perdón. Lo dice a todos sus discípulos, pues todos en un momento determinado podemos regalar el perdón, aunque haya algunos ministros que son servidores del perdón de Dios en el sacramento de la Reconciliación.

3.- “Amar es cumplir la ley entera”. Son palabras de San Pablo en la Carta a los Romanos. El que ama al prójimo como a uno mismo cumple todos los mandamientos. San Agustín nos dejó una sentencia definitiva: “Dilige, et quod vis, fac”, es decir “ama y haz lo que quieras”. No es ésta una invitación al desmadre, o a que cada uno haga lo que le dé la gana. Fijémonos en la primera palabra “Ama”, pero ama de verdad, como Jesucristo nos amó, de forma gratuita y desinteresada. El que tiene como norma de su vida el amor auténtico, no podrá hacer nunca daño a su hermano y todo lo que realice tendrá la impronta de la buena intención. Si uno ofende o se porta mal, en el fondo no ama de verdad. Pero es necesario que antes veamos a todos con ojos de hermano. Cuentan que un niño de 9 años tuvo que abandonar la aldea donde vivían porque la guerra había destruido su casa, y sus padres habían muerto. Con otros muchos hombres y mujeres buscaba refugio donde poder huir de la tragedia. Con él, sobre sus hombros, iba un hermano de 4 años. Después de varias horas de camino, un hombre se le quedó mirando y le dijo: “Me admira cómo puedes aguantar sin cansarte con ese niño a cuestas”. Pero nuestro héroe contesto: “No me pesa, es mi hermano”. Esta es la clave, considerar siempre al otro como un hermano de tu propia sangre. Este mismo amor es el que demostró esa madre peruana que protegió de las llamas con su propio cuerpo a su hijo tras el accidente de avión ocurrido la semana pasada ¿Cabe más amor?

4.- Jesús nos anima a pedir. Ya en una ocasión nos dijo “Pedid y se os dará”. Ahora nos recuerda que si esa petición es en común tiene más fuerza. Es lo que hacemos en la Eucaristía cada domingo. La oración universal es llamada también “oración de los fieles”. Nos unimos a cada petición personal, asumiendo los problemas e inquietudes de todos nosotros y de la humanidad entera. ¡Qué bonito es cuando alguien pide por algo personal o familiar y todos juntos oramos por su intención!

5.- Jesús está con nosotros. Notamos de verdad la presencia de Jesucristo en medio de la comunidad cuando nos reunimos para orar en común. El ha prometido que siempre estará en medio de nosotros cuando “dos o más se reúnen en su nombre”. Más de dos personas, miles de voluntarios, muchos de ellos jóvenes, dedican sus vacaciones a trabajar en campos trabajo solidarios o como misioneros. He tenido la gracia de tener esta experiencia en este verano en la misión de los PP. Agustinos de Tolé (Panamá). Los 9 jóvenes que compartieron esta experiencia conmigo vinieron entusiasmados. Allí estaba presente Jesucristo, allí se palpaba la fuerza del Espíritu, que nos impulsa a auténtica revolución del amor. En las gentes sencillas, campesinos e indígenas pudimos apreciar la alegría del evangelio que da sentido a nuestra vida. Cuando oramos juntos, cuando compartimos la vida y los sufrimientos de los débiles, cuando vemos su generosidad y acogida nos damos cuenta de que allí está el Señor.